Todos
hemos sentido miedo. Miedo de acercarte a alguien que te gusta, de preguntar
algo, a hablarle a algún cliente, decir lo que pensamos, pedir ayuda, viajar,
cambiar, comenzar algo, etc. A veces
cositas tan tontas como las arañas, la oscuridad, dan miedo.
A la fecha, algo que me da pavor, son las
alturas. ¡Puff! Terror yo diría. Me cuesta trabajo caminar por un puente,
asomarme por un ventanal, a veces hasta bajar ciertas escaleras. Sí, terror. Recuerdo que hace ya muchas lunas trabajé en un campamento de verano en San Miguel de Allende. Tenía 20 en esa época. En ese
viaje, solían llevar a los chicos más grandes a un barranco a andar a caballo y
hacer rappel. Me tocó acompañar al grupo esa ocasión. Cuando llegamos al tope,
los niños, que teían 12 – 13 años, estaban felices bajando ese risco de alrededor
60 metros, una y otra vez, como si fuera una resbaladilla.
Después de tanta “peer presion” me animé a intentarlo. Aquellos que han rapeleado saben que para poder bajar hay que tener la cuerda tensa y para tener la cuerda tensa hay que pararse en la punta y estirarse horizontalmente hacia la nada, como si caminaras sobre la pared, pero en una montaña.
Santa madre de Dios (y eso que no soy católica), cómo me costó trabajo dar ese primer paso. Grité, lloré, rogué me regresaran a mi jungla de concreto, quién sabe cuánto retrasé a los niños que querían lanzarse una cuarta, quinta vez. Fue horrible, se burlaron demasiado de mí, pero al final lo logré. Ya después no fue tan complicado, fue como estar en un columpio gigante, me dediqué a disfrutar de la vista mientras bajaba lentamente.
Después de tanta “peer presion” me animé a intentarlo. Aquellos que han rapeleado saben que para poder bajar hay que tener la cuerda tensa y para tener la cuerda tensa hay que pararse en la punta y estirarse horizontalmente hacia la nada, como si caminaras sobre la pared, pero en una montaña.
Santa madre de Dios (y eso que no soy católica), cómo me costó trabajo dar ese primer paso. Grité, lloré, rogué me regresaran a mi jungla de concreto, quién sabe cuánto retrasé a los niños que querían lanzarse una cuarta, quinta vez. Fue horrible, se burlaron demasiado de mí, pero al final lo logré. Ya después no fue tan complicado, fue como estar en un columpio gigante, me dediqué a disfrutar de la vista mientras bajaba lentamente.
No volví a intentarlo hasta muchos años después,
en un viaje a Jalcomulco, Veracruz con algunos amigos. No tuve tanta bronca.
Digo, no medía 60 metros, sino 12; tampoco era un barranco sin nada alrededor,
pero al menos ya no grité o lloré, pude bajar CASI como si estuviera en una
resbaladilla porque ya lo había hecho antes.
En
realidad, nunca superé mi miedo a las alturas, me siguen dando pánico los
puentes, balcones, ventanales. Tal vez ni me interese superarlo pues para mí es
un límite muy grande. Sin embargo, lo
logré hacer, eso nadie me lo podrá quitar jamás.
Supongo
eso pasa cuando te animas a hacer algo que te da miedo: aprendes que no es el
fin del mundo. Me imagino que no se trata de superar todos nuestros miedos, lo
importante es sobre llevarlos por si más adelante se nos pone enfrente de nuevo
ese reto.
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Imagen tomada de Taringa |
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