Como bien saben todos ustedes, no sólo me gusta sino amo el
arte en general: la música, pintura, danza, las letras. Tanto así que cada que
me voy de vacaciones trato de ir a un lugar en el que pueda tener un mayor contacto,
tratando de ir a la mayor cantidad posible de museos posibles que el tiempo,
dinero me permitan.
Como ya leyeron hace poco, mis últimas vacaciones fueron en
San Francisco. No fue la excepción a esta habitual costumbre mía.
En esos 6 días que estuve rondando SFO, pude lanzarme a 4 museos. Uno que me llamó mucho la atención fue el Contemporary Jewish
Museum por el excelente diseño vanguardista en su fachada y su selecta además
de exquisita colección de obras, dentro de las cuáles una principalmente llamó
mi atención.
Se trata de un cuadro del Mark Rothko, de quien ya había
visto obras a través de películas, pero jamás en la vida real. Todas son muy
sencillas, unificadas por así decirlo. Se tratan, no sabría decir si toda su
colección, lo desconozco, pero los que he visto son cuadros con bloques
sólidos, saturados de algún color particular. No suena de lo más maravilloso,
lo sé, siempre me había preguntado por qué en las películas harían tanto alarde
acerca de su estilo. Siendo sinceros, yo no le encontraba mucho sentido a ello.
De lejos la vi, reconocí y de inmediato me acerqué, pero antes
de ver el cuadro en sí, comencé por la descripción. Algo que este museo
acostumbra y me pareció excelente detalle, es que en las descripciones escriben
alguna frase comentada por el autor sobre su obra. No recuerdo haberlo visto en
ningún otro museo al que haya ido.
Marcus
Rothkowits, mejor conocido en el mundo artístico como Mark Rothko, dijo: “The
people who weep before my pictures are having the same religious experience I
had when I painted them.”
(“La gente que llora frente a mis obras, tiene las mismas
experiencias religiosas que yo tengo al pintarlas”).
¿Les cuento un secreto? Leí esto y me pareció soberbio y
snob en demasía. Está dando por hecho que su obra hará que la gente llore, además
de tener una experiencia religiosa al respecto. O sea: “¡Quema mucho el sol!”
Decidí darle una oportunidad al Mr Rothko, me senté en el
banquito de enfrente, empecé examinar el cuadro, por aquí, por allá. Empecé a notar dónde había
más recargo de pintura, donde se hacía un poco más tenue. Percibí que ese en
apariencia rojo, era en realidad un carmín y ese simple azul, un cian.
Cuando menos me di cuenta, mis ojos estaban llorando, no
lagrimeando, LLORANDO. No estaba pensando nada triste en absoluto, sin
embargo, sí envolvía una infinita sensación de tristeza en todo mi cuerpo. Fue
impresionante sentir esa emoción tan avasalladora sin saber porqué me venía.
¡Amé esa experiencia religiosa!
En ese momento, recordé que ya me había pasado antes,
claro, muchas veces, otros museos, otras obras, pero jamás me había me había dado cuenta de ello, jamás lo
había concientizado. Ayudó que se trata de una obra muy ambigua: sólo son
dos bloques de color saturado, a los cuales tú los impregnas con tu propia
proyección mientras los contemplas.
Eso es el arte. Un libro no es bueno por sus palabras, sino
por lo que esas palabras despiertan en ti. Una canción no es buena por melodía,
sino por lo que esa melodía te hace sentir, experimentar. Una pintura no es
buena por sus dibujos, colores, técnica, sino porque te permite adentrarte en
ella y conocer un mundo diferente; un mundo propio.
¡Benditos
sean los artistas por permitirnos vivir más de nuestra mera realidad!
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No. 14, Mark Rothko Contemporary Jewish Museum, SFO. |
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