Como bien todos ustedes saben, amo la música y algo que me
gusta mucho más, son los conciertos. Hace unos meses me invitaron a ver en vivo
a Jorge Drexler en Cholula, Puebla. Para quienes no lo conozcan, se trata de un
compositor uruguayo residente de España, a quien amo con locura y pasión. Excelente
músico, cantante, pero sobre todo, excelente compositor. Sus canciones me
derriten en cada verso y me hacen añorar a ese ser sensible que ni en mis
sueños me atrevería a pensar que existe. Sí, ese es mi Drexler.
En su momento, publiqué mi reseña al respecto, en el GroupieWanna BE, que quiero pensar ya todos conocen. Una magnífica, muy íntima tocada,
en la ciudad universitaria. Sí, la
velada impresionante, pero ¿la cita? A decir verdad, no tanto. No quise publicar nada por respeto a la
persona en cuestión. Sin embargo, el tiempo ya pasó, supongo que ahora no
causará mayores daños. Espero.
He de comenzar por mencionar que Drexler es de esos artistas
no muy comerciales que jamás había podido ver en vivo con anterioridad porque nunca me entero
con tiempo de sus visitas. Ésta pudo haber sido otra de esas ocasiones en la
que hubiera pasado desapercibido para mí, hasta que un día de la nada, un amigo me pregunta si planeo asistir. Yo ni en cuenta que venía este año a
México. Sufrí cuando lo mencionó, como todas las demás veces, que me suelo enterar
ya que pasó su concierto.
Para mi sorpresa, este chico no sólo me preguntó por
casualidad; terminó invitándome a la tocada. ¡¡Música para mis oídos!! Como
podrán imaginarse, no titubeé en aceptar. Tal vez no era mi tipo este chico,
pero nada me quita conocerlo. Al menos sabía que era igual de melómano que yo,
lo que le subía puntos y con una invitación de este tipo, la balanza favorecía
su lado.
Pues nada. El plan estaba hecho.
Como el concierto fue un domingo por la noche, decidimos
lanzarnos a Puebla ese día temprano y pedir el lunes para poder turistear un
poco la ciudad. Muy buen plan a decir verdad. Quedamos en que yo me encargaba
del hospedaje, él del concierto y el viaje. Hasta aquí todo perfecto.
Recuerdo que toda esa semana estuve preguntando por los
boletos, a lo que siempre me contestaba “lo tengo todo bajo control.” En un
voto de confianza no quise presionar más al respecto y dejé que él lo tuviera
“todo bajo control.” Yo por mi parte, me cercioré el hotel estuviera bien
ubicado, se viera lindo, no fuera tan caro y por supuesto, contara con dos
camas en la habitación. Lo siento, le pese a quién le pese, yo no pago con
cuerpo-matic.
Después de 4 horas de camión, llegamos a Puebla. Sí, en efecto
el Hotel estaba bastante bien ubicado, justo en el corazón de la capital.
Llegamos con muy buen tiempo, lo que nos permitió curiosear un poco la ciudad.
Checamos un par de museos –ya saben, yo siempre muy ñoña en mis viajes. Caminamos
hasta que el hambre nos ganó y entramos a un restaurante por la zona. Fue ahí
que decidí ser un poco más asertiva en cuanto a los boletos, pregunté si habría
que recogerlos o si ya los traía él. Ninguna de las opciones anteriores. Tenía
que marcarle a un cuate para preguntarle por nuestras entradas, quien alcancé a
escuchar cómo le contestaba “loco, no tuve tiempo de pasar por ellas.”
No había terminado la llamada y yo ya estaba en mi celular
revisando si podría comprarlas en internet. Ni caso, la página no me dejaba
seleccionar ningún lugar, pero tampoco mencionaba si estaban agotadas o sólo
era error del servidor. Mi ansiedad
comenzaba a hacerse presente en mí. Obviamente presioné para lanzarnos de
inmediato al hotel, arreglarnos para salir corriendo a Cholula. Ni tiempo de
descansar cuando llevábamos desde las 7 de la mañana despiertos.
Sí, apuramos al taxista, corrimos, llegamos al foro para ver
ese enorme letrero en la entrada que decía: “Entradas AGOTADAS.” Ya se
imaginarán: lo quería matar en ese instante.
Nos acercamos a la taquilla para preguntar si podrían hacernos el paro. No
sé, verlo desde las escaleras de haber o desde el baño, baños seguro sí tienen.
Lo que sea. Literal pedía que nos hicieran el paro con lágrimas en los ojos y
¿cómo no? Después de un viaje de 8 horas y todas las ilusiones arriba, lo único
que quería era me confirmaran una silla para ver a mi Drexler. La organizadora
del evento de inmediato nos mandó al diablo. Los chicos en taquilla nos dijeron
que volviéramos ya para iniciar el evento a ver si alguna reservación se caía. A
ver.
Mi enojo e histeria eran tal que evitaba emitir palabras por
miedo a que saliera algún demonio que le arrancara la cabeza a este tipo. –Noten
como de “chico,” bajó a “tipo.” Sí. Estaba mal. No mal, lo que le seguía. A
punto de implosionar; tal vez por dentro ya estaba implosionando. Traté de
guardar la calma, mantenerme lo más civilizada posible. Nota, en un momento de
enojo, si no hablo, es que por dentro me lleva el carajo. Esa es mi mejor forma
de evitar daños a terceros.
Regresamos a las 8 al foro. Esperamos una hora afuera,
viendo a la gente entrar, sonrientes, felices. Una hora de tortura. Me sentía
pepenadora de boletos. Ni si quiera me atrevía a preguntarle a nadie si le
sobraban. Sólo quería ver a Drexler.
Ya se imaginarán el
final: alguien perdió su reservación telefónica y nosotros logramos conseguir
boletos. No me lo perdí, de haber sido así, no habría reseña en Groupie Wanna BE. ¡Estuvo genial! Lo amé más de lo que pude habérmelo imaginado. Sin embargo,
como era de esperarse, este pobre chico en cuestión, perdió por completo su
oportunidad conmigo. Vamos, no le haces perder a una chica dos días de su vida
para algo no certero. No lo haces. Ni la emocionas con algo que ama para “ver”
si sale. No lo haces. Bueno: no lo hagan.
Moraleja: En serio, cuando planeen una cita, asegúrense todo
este en su lugar antes de hacerle viajar 8 horas en camión a la chica. De lo
contrario, prepárense para una épica mentada de madre o un frío “Dismised,”
como fue mi caso.
![]() |
Imagen obtenida de Durango al Día |
Posts Relacionados:
0 Testimonios:
Publicar un comentario