Es la segunda vez que escribo algo inspirado en 500 Days of Summer.
La primera, hace 2 años más o menos, escribí sobre lo difícil que es
desengancharse de alguien a quien quisiste mucho. Punto central de la película. Hoy escribiré, dado las
actuales circunstancias, algo más dulce y romántico sobre ella.
Quienes la han visto, ya sabrán la historia. El niño está
enamorado de la niña, pero ella aunque sí le gusta mucho, no le corresponde de
la misma manera. Nunca lo hizo y desde el principio fue muy clara al respecto. Como
era de esperarse, le termina rompiendo el corazón, caso de la vida real. Él se
deprime, la odia, la extraña, la quiere de vuelta, hasta que se da cuenta que
simplemente no es ella la que está buscando y pues a la fuerza ni los zapatos.
¿Cuántos no hemos pasado por eso? Desgastarnos y presionando
para que las cosas fluyan con una persona a la que parece sólo nos estamos
aferrando.
Cuando decide enfocarse en él mismo, cambiar su vida, sanar,
desarrollarse en lo que lo apasiona después de haberlo dejado por miedo, es justo cuando
llega. Es cuando está listo para que llegue. Y me queda claro, es ficción, una película. Sin embargo, puedo decir por experiencia propia que esa tan
trillada frase que dice “Llega cuando tiene que llegar,” es verdad. O al menos, así
lo parece.
No llega antes. No llega después. Simplemente, cuando tiene
que; cuando adquirimos las armas que necesitaremos para ser fuertes y
mantenernos ahí, para lograr que crezca.
De hecho, ahora que lo pienso, me doy cuenta de lo
significan esas imágenes de los árboles en la película. Bueno, claro, es más que obvio su singnificado; pero cuando lo vives y conmemoran una sensación propia, adquieren todo un nuevo contexto. Espero los recuerden
ustedes. Pienso en ese árbol que parecía ya marchito, casi muerto, que empieza a
florecer de la nada para crecer más alto y fuerte de lo que alguna
vez pudo haberlo hecho. No sé, creo que es una muy buena analogía visual. Sí, definitivamente
me gusta esa película, me parece estéticamente real.
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