Es bien sabido que las mujeres somos unas ardillas de lo
peor. ¿Qué pasa cuando estamos saliendo con alguien y después de un tiempo nos
manda al diablo de buenas a primeras sin la menor advertencia? Vamos, seamos
sinceras chicas, ese enojo se queda. Quien no, ¡qué tire la primera piedra!
En general, del suelo no pasa. Al final de cuentas, al
baboso no lo volveremos a ver. No pasa de que en alguna plática llegue a salir
a colación y pues ya mentaremos lo respectivo para seguir adelante con la
conversación. Pero ¿qué pasaría si por azares del destino, nos lo topamos de
nuevo y tenemos que convivir con esa persona?
Hay que ser sinceras, no significa que nos caiga mal o que se
trate de una mala persona; incluso podría ser todo lo contrario. Lamentablemente,
las acciones realizadas se guardaron directamente en nuestro ego y podría mimar
un poco nuestra objetividad al respecto de este individuo. Tampoco significa
que aún tenemos feelings hacia el tipo, sólo que estamos ardillas por no
habernos elegido. Duele, eso que ni qué; reafirmo: nos da en el meritito ego.
Supongo que una forma de lidiar con ello es confrontándolo,
darle su merecida mentada de madre a la cara, por aquello de descargar el
coraje acumulado. Aunque supongo que no todas las situaciones lo ameritan. Así
mismo me recomendaron hablar con la persona, aclarar el aire, hacer acuerdos de
convivencia, etc. (¡Seme antoja más la de mentar madres!).
Tal vez sea sólo cuestión de dejarlo ir y aceptar que por
algo no funcionó. Shit Happens! Así como me dijeron recientemente: “primera regla
para que alguien sea tu pareja es que QUIERA estar contigo.” Si no quiere, no
hay mucho que hacer ahí pues a la fuerza ni los zapatos. Por más que hayamos
querido, no funcionó, punto. Mejor que lo pelen las moscas, antes de perder más
tiempo y energía en ello. Quién quita y lo terminamos tolerando.
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