Estaba
en Cancún, en casa de una tía. Supongo se trataba una fecha u ocasión especial
pues todos los miembros de la familia estábamos: primos, tíos, etc. Algo no tan
normal. Ahora que lo pienso, la casa donde estábamos más que parecerse a la de
mi tía cuando solía vivir allá, era la misma donde yo viví en el DF durante la
secundaria.
Era de
mañana, estábamos en la cocina diciendo idioteces, riéndonos como siempre. Me acerqué
a la puerta corrediza que limita el patio; me asomé. En el patio, había una
alberca con chapoteadero, no muy grande, pero de buen tamaño; de hecho, ocupaba
todo el patio (que se veía un poco pequeño por las dimensiones de ésta). Casi
no había espacio para atravesarlo, como si la alberca fuera el mejor camino
para cruza e ir al cuarto de servicio al fondo.
En
dicha alberca, nadando, dando vueltas y golpeándose entre ellos con torpeza: 2
caimanes gigantes, uno más chico en el chapoteadero. Bocas muy, muy anchas,
fuertes algo cortas –me parece que esa es la diferencia entre los caimanes y
los cocodrilos, no estoy segura. En fin, impresionantes. Trataban de salir de
la alberca; sabían que por ahí
estábamos, aunque los demás parecían no enterarse.
Las
voces y carcajadas se escuchaba al fondo, yo ya estaba en el patio llena de
morbo, viendo cómo semejantes especímenes luchaban por salir de la alberca. No
podían. A diferencia de ríos y lagunas, no todas las albercas tienen una rampa
que llegue a la superficie. Simplemente no podían salir.
Me encontraba
del otro lado del patio, frente a la cocina. Nunca supe cómo había atravesado. Estaba
justo enfrente de la alberca, mirándolos hipnotizada, hasta que noté que uno de
ellos estaba también inmóvil observándome a mí, como tramando algo. El agua
estaba suficientemente clara, sin ramas, troncos u hojas para poder cubrirse o esconderse; así es,
perfectamente podía ver que uno de esos enormes caimanes me observaba a mí.
Seguía
sin moverme. En eso, una de mis primas más chicas se tiró al agua logrando
empujarlo para distraerlo (no me pregunten cómo), mientras me gritaba para que
me fuera. Entre el poco espacio y la confusión de los lagartos que no sabían ni
qué morder, ella estaba bien. Era la más rápida en ese “estanquecito.”
En eso
apareció una torre de tubos como los juegos en los parques justo a lado de mí, alta,
bastante alta. La subí pues obviamente con tanto alboroto regresar a la cocina
ya no era opción. No supe cuántos metros habré subido, lo único que recuerdo
que volteaba y a mi lado estaba el mismo caimán que me observaba momentos
antes, saltando para tratar de alcanzarme, cual delfín en delfinario. Ahí
estaban sus enormes mandíbulas abriéndose para buscarme. Ahí estaban
asechándome.
Punto
en el que me desperté de sobre salto.
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Imagen obtenida de El Mañana |
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