Mi gran problema profesional siempre ha sido no saber qué
quiero. Me gustan tantas cosas, que decidir me ha sido imposible. Estoy a punto
de cumplir 30 años y siento que sigo en el último año de la carrera, no porque
tengo que darle a los libros, terminar proyectos o presentar exámenes, sino
porque aún estoy experimentando aquí y allá para ver si encuentro algo que me
guste lo suficiente para dedicarme a ello el resto de mi vida profesional.
Saben, miro con cierta envidia a aquellos que desde muy
chicos sabían qué les quitaba el aliento para hacer su corazón latir. Conozco
chefs, diseñadores, músicos, empresarios, quienes desde la adolescencia, en
algunos casos desde la infancia, ya sabían cuál era su vocación, lo cual les ha
permitido irse encarrilando paso a pasito a ello. No es mi caso.
Estoy llegando a un punto en el que hasta empiezo a sentir
cierta envidia por aquellas mujeres que deciden ser amas de casa. No tienen que
preocuparse por escoger la carrera universitaria correcta, el trabajo correcto,
tener un buen currículo y la competencia laboral. No, tienen que preocuparse
sólo por encontrar al hombre correcto para que con suerte todo lo demás se vaya
encaminando solito. Lástima que quedarme en casa criando a los hijos sigue sin
ser mi meta en la vida.
Quisiera volver a tener 20, obviamente con lo que sé a mi
edad, re evaluar mis intereses, mis decisiones, cambiando para a los 30 estar
mejor. If I could only wish. Dicen que al final del día nada de esto importa en
realidad porque todo se va acomodando como debe; sin embargo, cuando no alcanza
para cubrir las cuentas, ese “final del día” tampoco tiene tanta importancia en
el presente.
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Imagen obtenida de El Economista |
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