Todos tenemos heridas, heridas que hemos
adquirido a lo largo de toda nuestra vida. Algunas cicatrizaron, volviéndose
meros recordatorios inofensivos de lo vivido. Otras siguen cargando sus
efectos, haciéndonos explotar a la mínima provocación pues reavivan con
el miedo de lo vivido.
Lamentablemente, no siempre sabremos
cómo llegaron o por qué; menos como sanarlas. Lo triste es que cuando alguien
toca esas hebras sensibles sufre ser arrasado por la furia devastadora del
dolor despertado.
Todas nuestras heridas nos dicen
algo, tal vez que parte de nuestro pasado sigue presente y hay que arreglarlo,
aliviarlo. Supongo eso me dicen las mías. Supongo es hora de atenderlas,
esperando encontrar más tranquilidad, menos dolor. Es hora de poner manos a la
obra. No sé qué les digan las suyas a ustedes.
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