Odio mis piernas. Fuera de lo flacuhas, tengo un buen de
costritas, moretoncitos, manchitas que llevan ahí desde que recuerdo. Al menos
ahora ya no me causa complejo enseñarlas, antes ni loca me ponía faldas, shorts
o capris; como que ya me voy haicendo a la idea de que son así.
A veces, si no pongo atención no me percato; sin embargo, de
vez en cuando, trayendo alguna faldilla, volteo y es lo único que puedo notar:
las muchas cicatrices que tienen. Es horrible. Igual las resientes pueden
lograr borrarse, pero por el momento ahí siguen.
He usado cremas “milagrosas,” recetas de la abuelita, cremas
carísimas y nada. ¡Puf! No es padre ver a otras chicas paseando con sus piernas
color terciopelo, mientras las mías parecen campo de batalla.
No sé qué hacer y lo que más me acompleja es que me
acompleja demasiado.
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