Hay muchas mujeres quienes desde temprana edad traen a flor de piel la ilusión de ser mamás. Constantemente, andan soñando con la alegría de llegar a esa etapa de su vida y por lo general, lo logran desdejóvenes. Creen fervientemente que la mejor época para ser papás es siendo lo más joven posible, bajo el supuesto de que tendrán mayor energía para aguantar el alocado mundo de los pañales y lo que se les avecina más adelante.
Otras, en cambio, afirman que es mejor esperar a estar verdaderamente listos para el reto, pues tener un pequeñuelo que depende tanto de nosotros implica más sacrificios de los que realmente logramos visualizar. No para todos es tan fácil poderse desprender de su vida profesional o personal de un trancanzo. Tal vez no se tendrá la misma energía que a los veintitantos, pero sí mayor estabilidad y madurez emocional para enfrentar los retos venideros (idóneamente).
Recuerdo a muchas amigas en preparatoria o universidad soñando con los ojos abiertos con ello; me costaba tanto trabajo identificarme con ellas. Sí, ser mamá, en algún futuro espero no muy cercano, es definitivamente una meta en mi vida, una que me prometí de muy chica. Sin embargo, ni en ese entonces, pude imaginarme siéndolo joven.
Para mí, suena más bonito llegar a los 33, 34 años diciendo:
Trabajo: checked
Vida Social: checked
Matrimonio: checked
Estabilidad emocional: double checked (triple if possible)
Hijos: ... ahora sí es hora de traer a un pequeño querubín a mi mundo
(Saben, me causó curiosidad el orden en el que escribí mi lista)
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