Cuando estaba en secundaria/preparatoria, decía que jamás me casaría. La unión libre era lo mío. La verdad si quiera pensarlo me horrorizaba. OBVIO, esa idea se ha ido volviendo menos desgarradora que antes. De hecho, ahora que pienso al respecto, no suena tan mala.
Sí, más del 50% de los matrimonios terminan en divorcio, pero cuando una pareja se casa, quiero pensar, es porque se conocen, saben pueden convivir juntos y no lo hacen esperando que la otra persona cambie ciertos rasguitos que los vuelven locos. ¿Así cómo no divorciarse?
Para mí, una pareja es trabajo de equipo. Hay que saber ceder en unas cosas y saber aceptar otras; de lo contrario, cualquier relación está destinada al fracaso.
Ahora que empiezo esa etapa en la que mis primos, amigos y demás personas comienzan a casarse, que las bodas están a la orden del día, veo la alegría que proyectan a la hora de estar en el altar. Me digo que tal vez el amor sí existe, tal vez es sólo cuestión de esperarlo y aprender a trabajar para que perdure de alguna u otra forma. Cierto es que aún no lo sé; no obstante, tengo fe en que sí y la fe es lo último que muere.
Por cierto, aprovecho para felicitar a todas esas parejas que están contrayendo matrimonio en estos días. ¡Muchas felicidades! Saben que les deseo y siempre les desearé lo mejor de esta vida. Gracias por ayudarme a no perder las esperanzas; espero que así como ustedes, yo pronto encuentre a mi descocido.
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